jueves, 27 de mayo de 2010

Mensaje de fin de semestre de mi amiga Mónica, que digo de mi hermana Mónica, aquí va:

Querida Hermana;

Lamento no haber podido platicar contigo estos días, pero en verdad si quieres que alguien te escuche o te apoye en algo cuando te sientas mal con gusto (la verdad yo no le saco, pues no me asusto con facilidad).
Sé que no has andado del todo bien, lo noto por que no andas tan animada como siempre, pero como dices siempre es temporal.
También sé que eres una mujer indeciblemente capaz y con un corazón maravilloso, pero hasta los héroes cotidianos (como vos) se cansan; ello te hace aún más grande porque te hace humana. A veces pienso que te exiges demasiado y por eso te dan esos bajones, pero la verdad es que siempre haces el mejor esfuerzo y eso es lo que cuenta. Por eso habemos personas que te admiramos mucho.

La razón por la que te pregunté si irías a recoger tu calificación con Álvarez porque te tengo un pequeño detalle por tu graduación, ayer se me olvidó en mi casa y no te lo entregué, hoy lo voy a llevar a la clase de Miriam, pero si no vas te lo entrego el martes, para mi es importante demostrarte lo mucho que te estimo y lo importante que has sido en este tiempo contar con tu compañía y amistad. Por otro lado se que quizá no sea la persona más brillante y dedicada, pero en verdad me interesa mucho tu proyecto de promoción de derechos humanos, y claro que me quiero unir, aunque ya no estés en la especialidad (que en verdad como te voy a extrañar).

Mónica

domingo, 23 de mayo de 2010

Ella me escribe un largo mail, primero dice que quiere tomarse un café conmigo, conversar. Es sútil. Su historia de infidelidad se va hilando poco a poco. Narra en primera persona, luego brinca a la tercera, algunos diálogos. Vuelve a la primera, el efecto es, sin duda, contundente. Ella tiene el control. Jamás será la víctima, jamás perderá. Ella acostumbra a ganar, a ganarlo todo. Esta historia no es un cuento más, ni será la novela --que escribe el ex-marido escritor. Es teatro. Ella es el personaje más cruel. Más ambicioso. Más trágico.
*
A veces, las más de la veces me siento su cómplice. Sé exactamente qué va a hacer, no es que lea su mente, o sea predecible en sus acciones. Conozco su corazón. Y eso la hace vulnerable ante mí. No hay secretos ni verdades a medias. He intentado alejarme. Pero, regresa en un sueño, en una carta, en un correo y entonces estoy en su historia porque soy su testigo.
*
Dice que es feliz, le creo. Le gusta someter, le complace el dolor tanto como el placer, no hay diferencia. En esta complicidad me siento un autista, o finjo serlo. Paralizo las imágenes, juego sólo con sus manos cuando está cerca. Soy autista porque no hay otra manera de sobrevivir. Es una condena. Volverá en los sueños. Sonreirá. Sonreirá triunfante.

jueves, 20 de mayo de 2010

Antes de la lluvia

ocho años: constancia
Puedo leer su rostro. Las marcas. Los guiños. El cansancio. La complicidad.
Puedo leer sus textos favoritos. Walter Benjamin. Y discutir, siempre discutir.
Puedo leer sus textos propios. Sus entrevistas. Sus ensayos. Su blog de arte contemporáneo. La fotografía. El teatro. El cine.
Puedo leer su rostro: su mirada. Sus textos inteligentes. Su propuesta. Una tesis de maestría, con maestría.
Puedo leer su corazón. Ama al hombre de chamarra de piel negra y camisa roja. El cineasta.
Puedo leer su entusiasmo. Ama al hombre que toca blues. El baterista.
Puedo leer las líneas de su mano. Y el largo camino que transita un corazón solitario.
*
Puedo mirar/la/me en ella. A veces es la contención. El único espacio donde me siento segura, entonces recuerdo a mi madre cocinando mientras las horas de impaciencia mía se desdibujaban en medio del humo y el olor a especies diversas. La comida caliente sobre la mesa. El apetito. Siempre el apetito.
*
Puedo sentarme frente a ella y mirarla, mirarla (...) como se observa el cielo antes de la lluvia. Puedo sentarme frente a la ventana por horas. Horas y mirar la lluvia caer. Puedo sentarme frente a ella, comer juntas, respirar.
*
Puedo ser su amiga, y soy precisamente eso. Su amiga.
Puede ser mi amiga, pero es la mujer que ama mi corazón. La suma de los años. Ocho su número favorito. Y ella, siempre ella, sabe de mi apetito. Celebraremos su cumpleaños con una gran comida.

lunes, 10 de mayo de 2010

Hace un par de días cuando preparaba el material que presentaré en mi última exposición de Derechos Humanos, pensé que tendría que acudir al Instituto Nacional de Lenguas Indígenas, dado que me ocuparé de hablar sobre el derecho a la cultura, y en particular, los derechos lingüísticos de los pueblos indígenas. Terminé mi ensayo, luego mi presentación en power point, revisé el sitio web de este Instituto, y fui en la búsqueda de material de difusión. Sus oficinas se ubican en avenida Insurgentes, casi esquina con el eje 10, muy cerca de la UNAM. Aunque conozco al director general, opté por contactar como cualquier ciudadana, vía telefónica, con el personal idóneo; así que yo tendría que acudir a recoger el mismo. Lo hice la misma tarde del día de mi llamada. Mi sorpresa, mi grata sorpresa fue encontrarme a una joven que me reconoció apenas entré a la oficina del director. Tú eres Susana B, la miré fijamente y le dije, y tú Ceci V, de la Fundación Rigoberta Menchú. Y nos abrazamos con entusiasmo. Habrán pasado más de diez años desde entonces. Me contó sus andanzas en organizaciones no gubernamentales, y la comisión nacional para el desarrollo de los pueblos indígenas, en la comisión nacional para prevenir la discrimanción, etc., etc., pues entonces la miré una vez más. Ella se acercó y me acarició el cabello, me preguntó el tiempo que tenía de usarlo corto. Te acuerdas, verdad. Mi cabello trenzado y los huipiles. Algo así. También me preguntó por mi madre. Y quizá lo más me latió fue escucharla hablar con precisión sobre los avances reales en derechos humanos. Debo admitir, que efecto, muchas situaciones han mejorado. Otras no. Hay derechos emergentes. En fin. Un reencuentro luminoso. Ahora ella, se encarga de una secretaría en este Instituto. Su juventud, su belleza y sus conocimientos, de seguro, aportan mucho a la causa. Y me llenó de alegría sabernos en los mismos rumbos. Nos veremos en junio para la presentación sobre contactos y cooperación internacional. Ah, los caminos de la vida si son como yo esperaba (ajjajajajaja), creo que mejores. En realidad, puedo sentirme acompañada porque el camino es muy largo, largo.

viernes, 7 de mayo de 2010

A Candy

Papá tenía una discapacidad visual que con los años se le acentuó más, yo tarde en descubrirla. Él mismo se encargó de ocultarla, se las arreglaba para salir a la calle y transitar cualquier rumbo. No había obstáculos. Tu papá no ve esto o aquello decía mi madre y me miraba suplicante. Acompañalo. Ver significa algo más, me repetía a mí misma durante aquellas escenas familiares. Qué es exactamente lo que no ve. Entonces me dedicaba a observar con detenimento sus movimientos. Incluso, él manejaba. Qué es aquello que no ve. Luego se me olvidaba todo y volvía a mis juegos infantiles. Una día sólo estábamos los dos en casa, y yo jugaba con monedas reales, me tragué un quinto, la moneda más pequeña por aquel tiempo. El ruido del sofoco hizo que llegara hasta donde yo me encontraba, de inmediato me abrió la boca e introdujó sus dedos. Después me reprendió. Fui una niña muy inquieta, cuando mi hermana y yo lo hartábamos, él se enfurecía tanto que nos perseguía y nosotras nos escondíamos debajo del lavadero, papá jamás nos encontró. Pero, mirar sus pasos y tenerlo ahí, frente a nosotras, nos llenaba de temor. Papá fue un hombre muy severo. Ya en la adolescencia, poco a poco nos fuimos distanciando o acercando según se lea. A veces me fumaba todos sus cigarros y él no decía nada. Ya no había regaños. A veces, muy pocas debo admitirlo, yo llegaba tarde a casa y nunca dijo nada. A veces sentía que no le importaba, otras tantas su indiferencia me parecía un gran castigo. Su silencio. A veces pensaba que su ceguera era cierta. Él no veía nada. Y lo sabía todo como un oráculo. Papá era homofóbico. Me amaba. Me amaba tanto como a la vida. Cuando murió me sentí otra vez niña, no entendía su muerte, como nunca entendí que significaba que otras personas dijeran que él no veía. Esa larga noche no lloré como no lo hice los días y el año siguientes su partida. Cuando papá aparece en mis sueños, él está vivo. Muy vivo. Entonces sí, mi llanto aparece como ahora que escribo estas líneas y entonces siento aquel sofoco del quinto atorado en mi garganta.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Ella aparece sorpresivamente y yo la abrazo como hace diez años. Una escena inesperada. En la cafetería mientras esperaba para pagar mi cuenta. Alguien se acercó y yo sólo la abracé sin pensarlo, fluyó un encuentro postergado. Ella entonces me pregunta por qué salí aquella tarde de la presentación de su libro. Me inquiere como si hubiera sido apenas ayer. Trato de sacudirme su mirada sin conseguirlo, entonces la observo mientras me pone al tanto de sus días: terminé el doctorado en el Colmex, doy clases en la facultad, estuve mes y medio en Europa. Veo sus gestos, su rostro feliz y satisfecho, entonces recuerdo los meses amargos que viví luego de nuestra separación. La depresión. También recuerdo los libros que leímos juntas. Lo recuerdo todo. El pasado, digo lo quiero dejar atrás. Y entones me disculpo y le digo que alguien me espera. Y es cierto. Alguien va llegar. Nos despedimos en el mismo sitio de hace diez años.

martes, 4 de mayo de 2010

Las flores que mamá ha plantado aparecen en mi sueño. Ellas las riega y yo la observo. Mamá me dice que en efecto, ayer por la noche estuvo regando las flores del balcón. Mi mi conexión con ella trasciende. Me inquieta. Me inquieta pensar en el futuro sin ella, sin su presencia real. El universo onírico es fascinante, pero tengo una suma de interrogantes que en los sueños, nadie puede contestar. Vidas paralelas. Una transcurre en el día, en las horas de cotidiana labor; otras, las otras trascienden el tiempo y el espacio: justo ahí, no sé por qué estoy ahí, en la escena de un capítulo más, que he de vivir al filo de la realidad y con los ojos cerrados. Recuerdo también los lunares del cuello, aparecieron en un sueño que me inquietó --nunca antes los miré, no había rostro, sólo un camino que seguía mis manos por su piel, contándolos, hasta llegar a su boca--. Justo cuando la intimidad hizo propicia la ocasión de despertar a su lado, observé la forma de esos lunares, no tenía dudas, era la mujer de mi sueño, era la Griega. Y esa mañana, al levantarme de la cama, pensé en el destino. Era mío. Ese momento era mío. Me pertenecía. Desde entonces, soñarla con los ojos cerrados, abrirlos y mirar sus lunares como en mi sueño, era como haber estado en vigilia, y dormir, y seguir despierta. Y no entender. Algo así. Era fascinante salir del sueño o entrar en él.

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Vivo en Amsterdam 62. Bis.