Hoy volví a soñar con A. Debo decirte que a ella la he visto un par de veces, creo que te lo comenté, la primera vez fue un encuentro inesperado en la cafeta del CCU. Me saludó o nos saludamos con abrazo muy estrecho, como si nuestros cuerpos se reconocieran, se pertenecieran. Eso me espantó, es como si los 10 años que han transcurrido desde que nos separamos, hubieran desaparecido en ese abrazo. Y estuviéramos en la dinámica de siempre. Los encuentros siempre amorosos. De inmediato, ella me preguntó por mi huida en la presentación de su libro: ¿Por qué no te quedaste?, te busqué entre la gente, ¿qué te sucedió?, como si su presentación hubiera sido apenas ayer. Y lo dijo con ese tono de familiaridad, como si me estuviera reclamando. De inmediato puse distancia. Pero, ella seguía y seguía hablando. Cada palabra que pronunciaba me fue transportando al pasado, a esos días de tormentosas batallas. Entonces sentí que la odiaba de nuevo.
A la siguiente semana, la vi pasar en paralelo a mí, iba en una camioneta negra junto a un hombre viejo. Yo la miré de frente, no me preguntes cómo fue. Sólo sé que sus ojos y los míos se imantaron en el aire por unos segundos, hasta que la velocidad del auto se encargó de desdibujar la escena en movimiento. Le sonreí.
El sueño.
Ella me buscaba con cierta desesperación. Estamos en una esquina. Otra vez nos quedamos en la escena de la cafeta, o con esa sensación de que aún hace falta aclarar cosas, conversar del pasado. Y entonces ella sigue contándome de su vida y luego pregunta por mí, por mi familia, por mi padre y en ese momento se dispara el odio otra vez. No le voy a relatar la profunda orfandad en la que me sumergí aquellos días. La miró fijamente. El silencio aparece. El silencio. Es como si me fuera desdoblando. Poco a poco, salgo de la escena, del sueño, de mí misma. Regreso otra. La miró fijamente. Y entonces la abrazó. Y le creo. Y pienso que la distancia, que esos diez años, en efecto, ha desaparecido. Alguien se los llevó. La sigo mirando y aún no le digo que mi padre murió, que ya no vivo frente al parque España, que me enfermé de nostalgia, que la melancolía me condenó a no desear a nadie. ¿El amor es una condena. No te parece?
El sueño. Segunda parte.
Corro por una superficie plana tratando de atravesar el sitio. El piso está cubierto de cristales rotos. Mis pies están descalzos. No siento miedo, ni se me mueve el piso, mi vértigo no existe, es como si mis pies me guiarán y tuvieran ojos propios. Algo así. Un calambre en el pie hace que despierte, un tirón, un lamento. Siento mi frente húmeda. Cierro los ojos. Duermo.