domingo, 9 de agosto de 2009

El hombre de la sonrisa ladeada

-¿A quién observas?- me interroga sorprendida y se acerca al ventanal. Ella observa conmigo por segundos. Un grupo de hombres se despiden a lo lejos. Dos se marchan a pie mientras uno permanece estático y sonriente.
-Aquél. Lo he visto antes, el del bigote ralo, pero no recuerdo su nombre.
-¿Su nombre o su sonrisa?
-Su sonrisa.

Era un día extraño, tan atípico como aquel hombre en el estacionamiento semivacío. El olor a tierra húmeda era penetrante y la luz áurea sobre los charcos de agua se refractaba en la superficie oblicua y cristalina del Instituto. Anocheció lloviendo. La mañana fría y todavía nublada empezaba a despejarse. Crucé despacio y sin prisa por el empedrado y los jardínes hasta llegar a la avenida. El vértigo me atrapó al tratar de esquivar los charcos. La luz se dimensionó. Inmóvil. El cielo estaba sobre mis pies. No había nubes sólo un color. El olvido.

El hombre del estacionamiento semivacío.

Ella era su mujer. La mujer joven y atractiva que suele recibirme cada mes en su oficina. La mujer que se inventó una historia. Una vida sin él. Llevamos una vida juntos me decía cada vez que se acercaba para acariciar mis cabellos lacios. El hombre del estacionamiento semivacío portaba un traje negro, camisa blanca sin corbata. Sus gestos afables lo hacían parecer un hombre feliz. Su sonrisa es una constante. Llevamos una vida juntos concluía.

La mujer del hombre del estacionamiento semivacío.

Ella era su mujer. Lo intuí desde el principio. La verdad y la mentira formaban parte de un delicioso juego seductor. Lo más increíble resultaba cierto. Esa era su apuesta. Su triunfo.
Su triunfo: ver mi cuerpo fragmentado acercarse poco a poco hasta conseguir su unidad. La ilusión. Mi paso por los cristalinos muros del corredor hasta llegar a su oficina. El encuentro. Su puerta invariablemente entreabierta y su silla giratoria en movimiento. Ella entonces me sorprendía con la urgencia de un abrazo. Con la historia que repetía conformen avanzaban las caricias. Llevamos una vida juntos decía. Me gusta tu cabello lacío, él ya no tiene. Nunca le pregunté por el nombre ni su edad. Él tiene una mueca graciosa cuando sonríe. Ladeada. De hombre enamorado.

Lo observamos a través del vental. Su edad sumaba los años míos y los de ella. Sí, llevamos una vida juntos. Toda una vida. Los tres.

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