jueves, 31 de enero de 2008

durante muchos días estuve ausente. Ausente de todo. Vi pasar las últimas horas de mi padre que agonizaba. Vi sus ojos buscando respiro. Sí. Esa última mirada. Y sé. Lo supe siempre. Él amaba la vida. Estar vivo. Respirar. Toqué su mano izquierda. Sangraba. Borbotones. Fluían. La vida. Su vida quería salir. Irse. Nunca supe del dolor. Su dolor. Era un hombre colosal. Lo supe siempre. Infranqueable. Misterioso.
Mamá. Tu llanto ahogado. Tu espalda. Una piedra.
Mamá. Te vi desfallecer con él.
Mamá. Tu Esposo. El hombre colosal. Cerró los ojos.
Mamá. Tu rostro ausente es también el mío.
Y todos encendimos velas. Antes, corrí hacia ti padre. Besé tu frente. Y luego, no supe. No quise saber/Vi pasar todo. El llanto ajeno. Lloraban. El mundo era otro. Una contradicción. Familiares como hormigas iban y venían a tu alrededor. Alguien se detuvo frente a mi madre. Preguntó por tu cuerpo. Por el final de un cuerpo que ya no era tuyo, pero del que tú dispusiste. Cenizas.
El cielo celeste. Frío. Te recibió.
Una noche. La última. Noviembre.
Andrés Bautista Santos
Y desde entonces cuento los días al revés
transito el umbral de los años en que solías tomarme de tu mano. Íbamos juntos. El camino era mío. Nuestro. Cada escena de mi infancia te pertenece. Tu autoridad. Tu castigo. La indiferencia.
El silencio.
Este silencio que se renueva con tu ausencia.
Andrés Bautista Santos. El hombre colosal. Cerró los ojos.
Tengo tu mirada. La última.
Tu silencio.
--sbc

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