sábado, 24 de octubre de 2009

Me despertó mi llanto. Un llanto conocido e incontralable como cuando niña --ni papá podía sacarme de ese estado de dolor. Fue un sueño extraño. Violento. Max moribundo. Su cabeza era devorada ferozamente por un rottweiler. Sin misericordia. Sin piedad. Cuando desperté mis ojos estaban llenos de lágrimas. El llanto no cesa. Estoy triste.

El tiempo se prolonga en una secuencia lastisa: el hocico prensado. La sangre a borbotones. Las heridas abiertas. La tortura.

Esta secuencia aparece de la nada. Veo al pequeño Max deambular cuando es embestido a traición por el rottweiler. Todo sucede con tal rapidez que no hay manera de detener la agresión. Rosa está a unos cuantos pasos míos. Me observa en silencio con infinita ternura. Esa mirada que se les ofrece a los desahuciados. Y mis lágrimas aumentan como la sangre que empieza a correr por el cuerpo de animal abatido. Entonces busco consuelo en su abrazo. En su mirada. En el silencio.

Mi llanto me despertó. Otra vez tarde. Bañarse. Salir sin desayunar. A prisa otra vez. El día está nublado. La contaminación. Estoy triste.

Le hablé a mi madre para preguntar por Max. No me sorprendió su respuesta: está muy lastimado. Sus heridas están abiertas. El veterinario dice (...) ayer pasó muy mala noche.

Vive en mí. Rosa vive en mí. Lo sé. Aún siento su abrazo. Su amor. La certeza. Esta puta melancolía.

No hay comentarios:

Datos personales

Mi foto
Vivo en Amsterdam 62. Bis.