lunes, 26 de enero de 2009

diciembre 27, 2003
Queridísima L,
He deseado tanto escribirte de mi puño y letra estas líneas; escribir sobre el papel es otra cosa. Es sentir cómo surgen una a una las palabras, es recrear grafías propias, es la letra de uno. Aquellas que surgieron en la infacia y que con el tiempo van amoldándose, creo que es también lo más personal que poseemos. Nuestras grafías. Nuestros signos.
Cuando recibí una de tus cartas acompañada de la fotografía donde aparecen Leo y tú, me emocionó mucho leer la inscripción de su nombre al reverso. Gracias, Luz. Es tu hijo. Tu creación. Y me conmueve verte en esta etapa de tu vida como madre.
Recuerdo los días de clase en la facultad, donde acudías ya con tu embarazo; las ocasiones en que fuimos al cine, a alguna presentación, a la Guadalupana; al concierto de Silvio Rodríguez, pero el recuerdo más vivo que tengo es la visita a las Serpientes muy cerca del Espacio Escultórico. Allí, tú dijiste que deseabas acostarte como yo, bocabajo. Luego, aquella presentación que tuve en la Escuela Nacional de Música, me sorprendió muchísimo tu presencia. Ay, amiga ¡cómo no voy a quererte! Hemos estado tan cerca y pretender negarlo sería como negarme a mí misma.
Debo confesarte que el primer día que acudí a tu departamento, deseaba tanto conocer a Leo. Tenía en la mente su imagen de recién nacido junto a ti. Justo cuando acudímos Percival y yo al hospital, lo recuerdas. Mirarte me llenó de alegría, como hoy me alegra reconocerte. Sé que el tránsito de estos años han sido (¿?) Es algo que sólo tú puedes calificar. Y aunque al principio de nuestra amistad, me limitaba a escucharte, realmente estaba muy lejos de saber que tú ocuparías este lugar que tienes en mi corazón. Sí, apartir de aquella visita cuando Leo y tú me abrieron la puerta. Abrieron para mí un umbral de revelaciones.
La tarde del sábado fui a Cuernavaca. A tu casa a visitar a tu mamá, le llevé una nochebuena y la Sandunga, de Lila Downs. Cuando llegué alguien también entraba, así que arribé sin saber si ella se encontraba. Toqué el timbre y se asomó por la ventana de su habitación. Me invitó a pasar; reconocí el orden y un olor fresco, placentero. Me senté en un sillón de la sala y conversamos durante un largo lapso hasta que tu tía Bertha llegó. Tu mamá me comentó de la mejoría en su salud, se ve mucho más animada. Me habló también del divorcio de tu hermano y, naturalmente te mencionó. Te preguntaras por qué fui a visitarla. Y sé que también tienes la respuesta. Te aprecio. Y la figura materna es un motor que me mueve, es tu mamá y de alguna manera es también estar cerca de ti. Aunque desearía expresarte que no fue mi intención saber más de lo que ya sé que te acontece por allá; de cualquier manera, escucharla me ayudó a percibirte verdaderamente lejana y con expectativas que sólo tienen que ver con tus decisiones. Ya he aceptado que tu partida me devolvió el sentido de la amistad. De tu amistad. Aquella que con tu presencia constante en la facultad no veía y que ahora que estás lejos desearía tener. ¡Qué contradicción! pero uno no planifica las emociones. Los sentires. Uno siente y nombra. Uno experimenta. Vive. El amor, decías, es de dioses. Yo agregaría es un regalo de los dioses.
Estar contigo me iluminó a plenitud. Me otorgó la certeza de mi elección. Amar a una mujer igual que yo. Eres una mujer única. Estar contigo fue un regalo de los dioses.
Sé que mis acciones y omisiones han podido lastimarte en más de una ocasión. Perdóname. Soy un ser frágil y cursi, lo reconozco. En la fragilidad y el sentimentalismo uno va aprendiendo a observar el matiz, el propio y el ajeno. (...) Reciban Leo y tú un abrazo fraterno.
Susana
*Años Luz. Veintiséis cartas y un largo poema de amor.

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