miércoles, 4 de febrero de 2009

El primer día de clases es un día difícil cargado de emociones, de expectativas, de encuentros. El primer día de clases uno busca en la pizarra el número del salón. Lee el nombre de los futuros maestros. Camina por los pasillos. Sufre. Sufre el nervio de la primera clase. Ayer fue un día de gozoso sufrimiento. Un placer único. Los rostros que se miran, que se encuentran por los pasillos. El azoro.

El edificio de posgrado se encuentra ubicado en el campus central de ciudad universitaria. A un costado de las instalaciones de la facultad de derecho. Es un edificio rectactular de tres plantas horizontales. La primera es un área administrativa y los pisos siguientes salones de clase y auditorios pequeños. Ahí se imparten 20 especialidades, maestría y doctorado en derecho. Es una edificación discreta. A unos cuantos pasos está el auditorio Alfonso Caso con su enorme mural: la conquista de la energía de José Chavez Morado. Enseguida, esa área verde que siempre se antoja recorrer las Islas. A lo lejos, la biblioteca central y la torre de rectoría. Más distante, el estadio olímpico.

Segundo piso, salón 15: derechos humanos en el debate social, mi primera de dos clases cada tercer día. 4 asignaturas. Llegué quince minutos antes. Me acompañaría M. Nos quedamos de ver en la entrada del edificio. Ella estaba en la puerta de entrada cuando llegué. Le pedí que me acompañara a buscar mi salón. Entonces dijo que mi profesor ya había llegado. Tiene cara de loco agregó. Eso me puso más nerviosa. Debo confesar que ya sabía de su existencia y estaba completamente de acuerdo con el comentario. No obstante, él sería mi profesor.

A los pocos minutos, un hombre de mediana edad arribó al salón, en efecto, el corte de cabello reciente hacía que la frente alargara su rostro. Algo verdaderamente extravante. Lo saludamos con cierta amabilidad y temor. M le comentó que estaba ahí por mí, que la que estaba inscrita no era ella. Entonces, él me observó y de inmediato dijo: si ya miré la lista. Pero, si tú susana, tienes como tres maestrías. En ese momento, no supe qué decir, era obvio que él me conocía. Hasta ese momento no sabía que había en ese comentario. M y yo nos miramos. Ella salió.

Los minutos previos para dar inicio a la clase se prolongaron entre las miradas del profesor y el silencio de los inocentes. El profe volvió a mí y me obsequió una revista. Me empezó a tratar con cortesía. Finalmente, otros jóvenes arribaron y la clase por fin dio comienzo.

Cada uno se presentó. Quince alumnos con diversas profesiones y procedencia, entre ellos dos colombianas. Un grupo compacto. Joven. Se leyó el programa general, los objetivos particulares, la fecha de evaluación, los porcentajes, etc. Tomaba nota y sentía un ligero mareo que no me permitía concentrarme. Estaba ahí. Había ganado un lugar, el mío. Era también, sin duda, una decisión razonada. Estudiar una especialidad en derechos humanos ¿para qué? A quién de verdad le importan. A todos estos que estamos aquí me dije. Luego, no sé si el profe observó ni distracción y me pidió que reparasara los puntos acordados. Entonces, me acercó un engargolado dijo que era la primera lectura y yo debería hacerme cargo de repartir una copia para los demás. Después se nombraron relatores de notas sobre dh en europa, latinoamérica y eu. Más lecturas. Más trabajo. Terminó la primera clase. Y salí en busca de esas copias. Caminaba contenta bajo una fina lluvia.

Bitácora de una estudiante
dh 18-21

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