viernes, 27 de febrero de 2009

La colección mineralógica de la UNAM está formada con muestras recolectadas por el personal del Instituto de Geología, incluye aproximadamente 5000 ejemplares. Esta colección se encuentra ordenada de acuerdo con la composición química de los minerales. Su clasificación sistemática comprende alrededor de 50 grupos de minerales. Por medio de ella es posible establecer modelos de investigación sobre usos, estructuras cristalinas y atómica, además del conocimiento que proporciona acerca de las características del territorio mexicano.
Leí esta información en una agenda universitaria, de inmediato, una enorme tristeza me invadió. Recordé una cita cancelada. Algo que pudo ser. Y fue. La ilusión. Mi torpeza emocional. Mi rubor encendido cada vez que la tenía cerca. El Deseo. La fragilidad. El puente que aparece en mis sueños. La ansiedad por cruzarlo. Por estar del otro lado.
Las piedras del cielo me dije. Sí, las meteoritas. Seguí leyendo la historia, mi historia:
La primera constancia de una caída de meteoritas se remonta al siglo V, durante las guerras del Peloponeso entre Atenienses y Espartanos, en donde cayó una gran meteorita. Sí, aquella cita tenía mucho de una gran batalla. Ya no podía continuar luchando en mi contra. Me atreví. Derroté a la otra parte de mí. Y cayó la primera piedra.
Cristobal Colón observó una lluvia en su primer viaje a América, narrándola así en su diario de navegación: "El 15 de septiembre cayó al mar un maravilloso racimo de fuego". Mi cuerpo era mar de fondo y hubo noches con luces artificiales que brillaban en lo alto. Explotaban. Descendían. Suaves. Sí, hubo un primer racimo de fuego sobre el mar. El mío.
Hasta finales del siglo XVIII se creía que las meteoritas eran producto de fenómenos de la atmósfera terrestre. En 1792, Lavoisier, explicó que esos fenómenos eran "piedras terrestres alteradas por el rayo". Ah, la razón. Mi razón. Esta que me ha ofrecido un sin fin explicaciones sobre mí misma. Esa fría experiencia que es el conocimiento. Cerré la agenda. Y la tristeza otra vez. Más honda.
Ella es real -ni siquiera puedo escribir su nombre- y cada vez que la veo, tiemblo. El rubor aparece. Y desearía cruzar el puente y estar del otro lado. ¡Dios!, ya no puedo esconderme debajo de la cama como cuando niña, ni darme la vuelta ni salir corriendo. Y los dos minutos que estoy frente a ella se vuelven una eternidad. Aquella cita la cancelé después de planearla por algunas semanas. Cancelé su posibilidad.
Piedra del cielo. Roca volcánica. Eso somos. Las dos.
Las horas
12 sep 2007

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