jueves, 5 de febrero de 2009

"Los veranos son muy largos aquí. Amaneció lloviendo. Una neblina cubría las montañas. Y salí y respiré un aire nuevo. Es que alguna mañana padecemos la luz, como si fuera el día en que empezamos a romper el silencio".

con estas líneas terminé una larga carta de despedida. Después de la tortuosa espera de una respuesta por mail. Fue el verano pasado cuando acepté regresar a la ciudad e ir con la Griega a la fiesta de Lizy. Un rancho ecológico en Apizaco. Los amigos en común. La diversión. El campo abierto. La fogata. El frío. La noche. El tequila. El vino. La paella. Sólo un fin de semana juntas bastó para entender que no había historia. Entre ella y yo pura ficción. Que no bastaba ese lugar mágico: la ventana abierta, el cielo estrellado y el croar de las ranas. Que no bastaba ni su deseo ni el mío. Ni la urgencia por poseernos ahí sobre ese colchón de aire. Solas. Mientras los otros afuera bebían y cantaban alrededor del fuego.

Desperté primero. La miré dormida. El calor de mi cuerpo la inquietó. Sus ojos se abrieron sin sorpresa. Tenía el cansancio de los trasnochados. La dejé dormir y bajé a asearme la boca y cepillarme el cabello. Un pequeño salió a mi encuentro: cuántas te tomaste me interrogó. ¿Y eso? le contesté. ¡Tienes cara de felicidad! Y los que andaban por ahí rieron mucho. No bebí. No es el alcohol lo que me tiene así. Regresé al ático.

Me acurruqué junto a ella. Somnolienta escuchó mi lectura. Un par de párrafos de Nadie me verá llorar. Abrió los ojos y yo continué. Ella se sorprendió tanto como yo. No hacía falta leer. Mi memoria los había registrado. Cierto. Como ahora la memoria trae esa larga carta que le escribí en casa de mamá. Era cierto. Después de sus dos años de ires y venires. Después de idear el primer encuentro sexual. Todo sucedió. Todo fue. Y se fue a la mierda. Yo le daba hueva lo escribió en el mail. Todo el tiempo he sentido que me pides que sea otra, como si fuera mi obligación serlo sólo porque tú me quieres. Así no suceden las cosas chidas. Estoy harta de este jueguito de estira y afloja. Además honestamente ya qué hueva!

Lo entendí. Yo me enamoré. Y la convertí irremediablemente en otro ser. La Griega.

Lloré en silencio esa tarde de regreso a casa. Lloré mientras leía su mail. Lloré en silencio mientras escribía mi carta de despedida. Me parecía rídiculo escribirle. Tanto. Así. El amor es el silencio más fino. Lo recordé. El más tembloroso, el más insoportable. Los amorosos andan como locos/porque están solos, solos, solos.

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