jueves, 4 de marzo de 2010

Luz, esta noche escribo, dialogo contigo. Estoy tratando de aclarar mis pensamientos, de reunirlos y dejarlos en libertad. Me ha conmovido dar lectura a los mensajes que a través del correo electrónico mantuvimos durante el lapso de tu arribo y establecimiento en Ontario. Mirarte a distancia, mirar mi respuesta honesta y sin expectativas, luego la escritura de las cartas que te envié contándote mi tránsito cotidiano por esta ciudad. Dos planos espaciales donde cada una ha dibujado su proyecto de vida. Desconozco casi todo acerca de ti, me refiero a la percepción con la que ahora tú observas el mundo, tu mundo. Vamos día a día transformándonos, y sólo nosotras sabemos, intuimos de nuestros cambios. La intuición se convierte en emoción y la emoción en conciencia. Tres estados graduales ¿en equilibrio? Sí, es inevitable para mí, intuir, sentir y tener conciencia.
Estos meses han sumado dolorosas despedidas e inesperados reencuentros: Irlanda encontró una mejor oferta laboral en la Universidad Veracruzana, se mudó a Jalapa. Edgar finalizó su estancia académica en el Instituto y ha regresado a Colombia. Azucena, la mañana del 14 de febrero llegó a inquietarme como en mis sueños. La contraparte: la anunciación, la bienvenida: Ivette P, compañera de la carrera de letras, sustituye a Irlanda en la Dirección de Literatura. Ella me puso en contacto con Paty, que vive en Nueva York. Antes de que Azucena apareciera, soñé con ella y con Lucila. A los pocos días, recibí una carta de Lucila, sigue en París). Patricia y Lucila están de regreso en mi vida, ambas representan un pasado que no volverá a ser: los años estudiantiles. Son jóvenes muy talentosas. Y me resulta fascinante saber que las tres estamos directa e indirectamente trabajando lo mismo: pueblos indígenas e identidad cultural. El reencuentro virtual con ambas me ha llenado de una extraña emoción, después de tantos años, reaparecen justo cuando estoy terminando un ciclo, que ciertamente comenzó al lado de ellas. Me asombran las líneas de cruce en nuestras historias, el juego del destino sobre la voluntad del hombre.
Luz, ¿este silencio tuyo? ¿qué significa? ¿qué representa para ti? Si este silencio es tu respuesta, bienvenida porque es un acto de libertad, eso dice mi conciencia. ¿El destino? ¿quién puede saber qué sucederá? He aprendido a vivir, a transitar el misterio como algo cotidiano.
*
Luz, escribirte es desnudar mi corazón. Abrir el cauce por donde fluyen mis emociones. Agua dulce de colores, cada carta que te he escrito dibuja el día de mis batallas y la melancolía enfermiza de mis fantasmas nocturnos. Despertar es guardarme secretamente en el azul de mis amores: mi madre. Luz, me siento agobiada por situaciones que rebasan mi ánimo, mi respuesta. Dolores viejos en vaivén requiebran mi ser. Estoy enfrentándome a un tiempo desconocido.
Patricia. El día de su boda fue la última vez que estuvimos juntas. En aquella ocasión acudí con Azucena a la ceremonia eclesiástica. Marcela llegó minutos después. Recuerdo bien su imagen: el cabello alborotado y su ropa ligera, impropia de un festejo religioso. En sus manos la guía roji, miraba la contra esquina mientras que yo, situada en el atrio de la Iglesia, la observé acercarse. Durante aquellos años, vivir este doble vínculo: Azucena & Marcela, Marcela & Azucena, me hacía sentir una extraña emoción. Invité a ambas y ellas aceptaron. Las tres estuvimos allí, presenciando la unión de mi única amiga.
Paty se casó con un hombre de mayor edad, supongo que 10 ó 15 años más que ella. Al salir de la iglesia nos dirigimos a la acostumbrada recepción en casa de los padres de José, el recién esposado. Marcela debía irse a trabajar a Libido así que sólo estuvo unas horas. En la recepción todo marchaba bien y ya entrada la noche, al salir al jardín, inicié una conversación con una compañera de la facultad. Mientras yo hablaba, hablaba acerca del amor, detrás de mí, se encontraba el papá de José, un hombre viejo y bastante necio. Me interrumpió calificándome de antinatural y no sé cuántos otros adjetivos; los cuales confronté. Aquello se convirtió en un intercambio de palabras fuertes, grotescas. Azucena estaba cerca, escuchó todo y me pidió que nos marcháramos. Ella no estaba dispuesta en enfrentar a nadie, ni a ella misma y esta huida me anunciaría su respuesta final. En cambio, yo desenvainé mi espada con arrojo. Sí, resultó la primer defensa pública de mi postura amorosa. Patricia, ante la mirada atónita de los invitados, no sabía qué hacer ni qué decir. Se disculpaba a cada momento y me pedía que no nos marcháramos. Fue una situación incómoda para todos.
Hace tantos años de esto, que desempolvar este recuerdo, es saberme en una constante de ires y venires, pero no de reencuentro. Porque estas acciones se entrelazaron en mi destino presagiando lo que ya se anunciaba: Marcela siempre solidaria, dispuesta a estar conmigo, a acompañarme en este camino sinuoso hasta encontrar el propio. Azucena, siendo el personaje principal de mi historia, permaneció al margen observándome en silencio, en su silencio amurallado. Esa noche me quedé en su casa, en su cama, sola. A la mañana siguiente, Patricia se iría a su luna de miel, desde entonces no la he vuelto a mirar.
En febrero pasado, Ivette me comentó que estaba en contacto con Patricia y que ella le había preguntado por mí y los motivos de mi distanciamiento. Dudé al principio pero tampoco deseaba tener comunicación con Patricia a través de Ivette. Así que decidí enviarle un breve saludo. Lo que siguió ha sido una correspondencia cotidiana. Largos correos electrónicos relatándome lo que ha acontecido en su vida durante todos estos años.
Ha sido un reencuentro emocional enorme para ambas. Aquella noche nos marcó. Se disculpó otra vez. Me comentó que años atrás, recibió una beca del FONCA para escribir novela y que el personaje central somos ella y yo, penséme dijo, que aunque tú no me hablarás más, quedaría constancia de lo que has significado en mi vida. Hemos ido recapitulando este tiempo y su encuentro llegó justo cuando terminaba mis sesiones terapéuticas. Tal vez, lo más sorprendente sea que está realizando una maestría sobre la situación de los pueblos indígenas en Nueva York.
Tiene una hija de 8 años y sigue con José. Su reencuentro me ha movido, removido internamente. Me ha lastimado coincidir en el dolor que provocó nuestro distanciamiento y reconocer también mi silencio, mi dureza.
Lucila. Tuve un sueño que me inquietó: conversaba con ella acerca de su regreso a México, me preguntaba por Azucena. A los pocos días recibí una tarjeta postal de París deseándome sorpresas. Luego, Azucena apareció por la oficina ¿A qué volver?
Me siento agotada, mis emociones están a flor de piel. Por eso, estoy aquí escribiéndote, sacando todo. Está concluyendo un ciclo en mi vida de manera circular. El agua fluye lo entiende mi corazón. El destino, esta sucesión de acciones previas a nuestra voluntad, que se entrelazan, que juegan con uno, con nosotros, pero que siempre colocan a cada persona en el sitio que le corresponde. El destino es un seductor misterioso.

*Años Luz. Veintiséis cartas y un largo poema de amor.

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