lunes, 1 de marzo de 2010

La escritura del streep tease
Guillermo Samperio

En efecto, una de las recomendaciones que hacen los maestros de la literatura al joven escritor es que sea fiel a sus obsesiones. Bien, el principiante empezará a escribir bajo tal fidelidad. De conservarse este propósito, tendríamos que concluir que la obsesión es el estilo. Sin embargo, llega un momento en que se percata de que sus obsesiones no sólo se le van desgastando, sino que a mediano plazo comienza su obra a ser circular, reiterativa. Pero lo más grave no es esto, pues pudo haber originado un libro importante, sino que tan solo ha estado bordando durante años solamente sobre su interioridad, sus problemas, su intimidad que, en no pocas ocasiones, apenas le interesan al lector. Ser fiel a sus obsesiones se le convierte en un búmeran que, a la postre, lo delatará.
Esta inicial sugerencia de los maestros va encaminada --y aquel joven ahora medio viejo no se dio cuenta-- a que en un principio es más sencillo escribir de lo que el escritor es como individuo, que intenta una "gran historia" distante de sus pertinances fijaciones. Este primer impulso tendrá que devenir en lo que se ha llamado work in progress -- trabajo en proceso--, que apunta a la creación de un sistema literario (si es posible, unico) ya en la madurez de la escritura. Esto implica que las obsesiones van cediendo hacia una metamorfosis que deriva hacia la diversidad temática, de registros y, muchas veces, hasta estilística, tal el caso de Ítalo Calvino o del mismo Borges, tan obsesivo, o nada menos que Fernando Pessoa, ejemplo extremo.
Si Kakfa se hubiera quedado escribiendo literatura al estilo de Un viaje a América, o Joyce novelas a la manera del Retrato del artista adolescente, no tendríamos un El castillo ni un Ulises. Las novelas de juventud de ambos resolvieron obsesiones que rondaban su mentalidad imberbe, pero les fueron útiles para entrar en el work in progress que los llevaría a la creación de un sistema. Podríamos mencionar otros casos, como el de Federico García Lorca, José Revueltas o Robert Musil.
Precisamente, este último escritor propuso el derrotero de l que caracterizaría la búsqueda del novelista de este nuevo siglo: necesitaría captar el espíritu de la época y escribir desde las consecuencias colmadas del mundo. Estas ideas, sin duda, tenderían a sacar a los escritores fuera de sí, a aabandonar sus obsesiones, el regodeo en sus vidas personales, el a veces obsceno streep tease que muchos practican, actualmente más marcado en los poetas.

Estar enterados
Las sugerencias de Musil implicaban que, para el escritor, no bastaba su propia interioridad, sino que debía hundirse en la investigación creadora de saber e intuir en qué momento de despliegue se encontraba la humanidad, lo que implica estar enterado no sólo de los avances de la pripia literatura mundial, sino también de la ciencia, el diseño industrial, la política, la filosofía, el diseño del vestido y el zapato, los muebles y los viajes fuera de la estratófera, etcétera; es decir que el escribano debía salir de sí para entregar una obra en la que el magma de la literatura no sólo hiciera un registro de la actualidad en el momento de emprender su novelar, sino que al transitar su escritura sobre el borde de las consecuencias colmadas también atrajera sentidos aún por nacer, una porción de futuro al que apuntan tales consecuencias.
De este modo, hemos tenido libros como ¡Absalom, Absalom!, de Wiliam Faulkner, 1984, de Orwell, Rayuela, de Cortázar, Los siete locos, de Roberto Arlt, Winsburg, Ohio, de Sherwood Anderson, La región más transparente, de Fuentes, y desde luego, Pedro Páramo, de Rulfo, además de El castillo ya mencionado.
Es evidente que es mucho más fácil escribir toda la vida sobre mis obsesiones, poniéndoles cada vez una nueva cara, pero arriesgarse a lanzar el anzuelo de la escritura hacia las aguas turbias de un "espíritu de la época" que es opaco, invisible, insondable, innombrable (o sólo nombrable si va bien la pesca), casi inatrapable,es un reto que va implícito en la ética de cualquier escritor actual. Esto implica, claro está, el riesgo del fracaso, como le ha sucedido a muchas novelas. Podríamos llamarla la escritura del vértigo porque el escritor se lanza hacia una zona totalmente oscura que ya no es su niebla, sino el abismo. Si su obsesión es este arriesgue (que implica una indagación de toda la vida y la aceptación de una transformación interior como resultado de ir hasta las consecuencias colmadas, abandonado al adolescte recalcitrante), bienvenida la obsesión.
Contrastes
Esto no descalifica, desde luego, las excepcicones en las que los escritores, a través de sus insistencias monotemáticas, y de bordar desde sus obsesiones, no entreguen novelas de gran importancia, como El general en su labertinto, de García Márquez, Congreso de Futurología, de Stanislav Lem, o casi toda la cuentística de Felisberto Hernández, pero la diarrea obsesivo protonazi con la que nos embarramos al revisar algunas obras de Roberto Bolaño, como su no vela Los detectives salvajes, aunque la elogie Susan Sontag, es un tanto vergonzante.

*texto publicado en Día Siete
28 febrero, 2010.

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