lunes, 22 de marzo de 2010

Ayer mientras se celebraba el rito dominical de consagración de la hostia y el cáliz en la misa vespertina. Ahí, al lado mío, mi hermana mayor recibía un mensaje de texto que nos anunció la muerte súbdita de un amigo familiar. La sorpresa. El asombro primero, y la resignación después. El silencio. Ambas acudímos a la Sagrada Familia, el padre recién había comentado el festejo pasado de San José y eso mismo, hizo situar al hombre de campo en aquel poblado, San José Rioyos Buenavista. La fiesta del pueblo, del santo patrono en donde él gozaba de una mayordomía celestial: la música. Dicen que fue el corazón, que cantó y bebió, que bebió y canto hasta el amanecer y luego mientras cantaba le sobrevino el primer impacto: un golpe en el pecho. El corazón.

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Soñé con papá. Otro sueño intenso. Él perseguía a mi madre y ella no se dejaba atrapar. En el sueño hay un sólo elemento que me sacude: el deseo. Toda persecusión tiene como fondo eso. El deseo.

Mi hermana dice que mamá tuvo una recaída en su salud. Yo no he dejado de pensar en mi padre insistiendo como un niño. Detrás de ella todo el tiempo. No he dejado de pensar en el deseo.

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Mi deseo.
Me sacudió mi sueño: Luz y Leo afuera de la casa donde vivo. Esperándome. La casera toca a mi puerta y dice que una mujer bella pregunta por mí. Es ella y su hijo. Ambos sonríen malevolamente. Yo despierto y el sueño no se va. Se queda. Justo cuando llego a la oficina, alguien me avisa que tengo una llamada. Es Luz. Y yo enmudezco.

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