domingo, 23 de mayo de 2010

Ella me escribe un largo mail, primero dice que quiere tomarse un café conmigo, conversar. Es sútil. Su historia de infidelidad se va hilando poco a poco. Narra en primera persona, luego brinca a la tercera, algunos diálogos. Vuelve a la primera, el efecto es, sin duda, contundente. Ella tiene el control. Jamás será la víctima, jamás perderá. Ella acostumbra a ganar, a ganarlo todo. Esta historia no es un cuento más, ni será la novela --que escribe el ex-marido escritor. Es teatro. Ella es el personaje más cruel. Más ambicioso. Más trágico.
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A veces, las más de la veces me siento su cómplice. Sé exactamente qué va a hacer, no es que lea su mente, o sea predecible en sus acciones. Conozco su corazón. Y eso la hace vulnerable ante mí. No hay secretos ni verdades a medias. He intentado alejarme. Pero, regresa en un sueño, en una carta, en un correo y entonces estoy en su historia porque soy su testigo.
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Dice que es feliz, le creo. Le gusta someter, le complace el dolor tanto como el placer, no hay diferencia. En esta complicidad me siento un autista, o finjo serlo. Paralizo las imágenes, juego sólo con sus manos cuando está cerca. Soy autista porque no hay otra manera de sobrevivir. Es una condena. Volverá en los sueños. Sonreirá. Sonreirá triunfante.

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