domingo, 17 de agosto de 2008

8 minutos
Cuando papá falleció, la tristeza comenzó a dibujarse en cada gesto familiar. Era una tristeza compartida. Fue también la primera ocasión que vi llorar a mi hermano. Su rostro seco se humedeció. Vi caer dos líneas verticales. Dos lágrimas. Apartir de entonces su cabello tomó un color grisáceo. A veces se rapta y luego aparece esa extraña aura blanca alrededor de su cabeza. Parece un monje vestido de atleta subiendo la montaña. Un hombre místico.
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Papá también tenía un cuerpo atlético y a diferencia de mi hermano, nunca lo vi llorar.
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Los primeros días el hombre místico nos llevó a caminar a la montaña. Alrededor de árboles de pino. Una presa. La Brockman. Nada nos confortaba. Evitábamos las miradas. Las propias, nos provocaban llanto. Las ajenas, compasión. Deseábamos estar lejos. Muy lejos.
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El hombre místico decidió una mañana ir a Querétaro. Viajar. Yo estaba deprimida. Mamá también. Y las otras, mis hermanas. Sólo hacia falta despertar para volver a la cama. Nadie quería salir del dolor. Hacia Frío.
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El hombre místico y mis hermanas alrededor de mi madre. Una de ellas se pelea por sentarse a su derecha, a su izquierda; el sitio exacto no importa, quieren toda la atención de mamá. Y ella dice: "Susy, junto a mí". Y entonces como junto a ella en silencio mientras mis hermanos hablan, hablan y hablan. El hombre místico ordena el segundo platillo, mis hermanas lo secundan y mi madre los observa. Ella no pide nada. Sólo dice: "Susy, tu café ya se enfrió. Pide otro caliente". Y yo sólo miro a mi mamá.
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Cuando papá falleció. El hombre místico y mis hermanas trataron de proteger a mamá del dolor. De un dolor nuevo. Y yo no sabía cómo alguien puede proteger a otro de algo así. Sentí miedo. Y busqué entonces el cobijo de mi madre. La busqué a ella para que me protegiera de eso. De todo eso.
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De todo eso que deja la muerte.
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Mamá hemos transitado juntas estos casi nueve meses. Te he visto ir hacia dentro de ti y salir fuerte. Amorosa.
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Mamá y yo caminamos juntas. Siempre invariablemente me toma de la mano como cuando niña. Su mano y la mía son una. Ahora suelo ir cada domingo a misa con ella. Comulgamos. Oramos. Vivimos.
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Mamá me pide que le tome fotografías a las flores que ha plantado. Geranios. Rosas. Claveles. Girasoles. Fotografías de nuestra casa.
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Mamá me besa, me abraza y me bendice cada que regreso a la ciudad.
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El hombre místico corre por la montaña. Mis hermanas salen y entran de casa. Mis sobrinos juegan con sus perros. Y yo tengo fe: Padre, estás entre nosotros. Lo sé.

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