martes, 14 de octubre de 2008

Dos noches de insomnio, con dolor de espalda y ojeras. Y el colmo, esta mañana cuando por fin pude cerrar los ojos. Ensoñaba. Un mensaje en el celular. Veía la pantalla y apunto estaba de abrirlo cuando alguien tocó a mi puerta y gritó: ¡No hay agua caliente, se terminó el gas! Volví a cerrar los ojos, pero mi sueño se espantó, se fue. Así que seguiré esperando ese mensaje con los ojos abiertos.
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Dalia tenía razón cuando dijo que los lugares que ya no son nuestros, que ya no nos pertenecen nos expulsan, nos arrojan de su entraña como una mujer que da a luz, como la tierra que da un fruto.
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¿Y por qué siento este vacío?
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No quiero pensar en el futuro. Y sé que este presente tampoco lo imaginé, pero es cierto que camino entusiasta por aquí, es cierto también que es la primera vez que observo el árbol de naranjo en medio del jardín. Reconozco que soy parte de este Instituto, en efecto, es un espacio conservador. De derecha. Nuestro proyecto se inscribe en el pensamiento social y progresista. Incluyente. Es un gran respiro.
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Hoy conversé con JGG al principio: el concierto de Lila. Luego su participación en taller-seminario para finalizar comentando el próximo aniversario de las Jornadas. En dos años más, se cumplirán sus veinte años. El futuro otra vez. Entonces, me sorprendió cuando me dijo que sería yo quien se encargaría del homenaje al doctor Ordóñez. Claro, verdad, ¿quién más?, le dije.
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Ah quizá la sorpresa más grande del día fue una llamada telefónica. Me pidió que fuera al Instituto antes de las 15:00 hrs. Naturalmente, me preocupó el tono de su voz por el audicular. Acaso hice algo que te haya molestado, inquerí. No quiso decirme nada. Y colgó. Cuando llegué a su oficina ella no estaba, así que me senté en su silla giratoria. Me puse a dar de vueltas mientras la esperaba. Llegó. Me sonrío. Pasaron apenas unos segundos. La contemplaba. Realmente es guapa. Una mujer de belleza altiva. Vestía un traje sastre negro, entallado. Elegante. Abrázame, ordenó. Entonces le pregunté: cuál es el asunto que no podías decirme por teléfono. Ella respondió de inmediato: necesito pedirte que me recibas una noche en tu casa. La miré con asombro y lancé una gran carcajada. Te quieres quedar conmigo. Vivo en un cuarto de azotea, le dije. Ella me miró con firmeza: Puedes o no. No dudé. No. No puedo. No puedo llevar a nadie a mi habitación. Hubo un largo silencio. Dijo que no habría ningún problema. Salimos juntas. Cada una siguió su rumbo.

Ante el deseo, el deseo más puro, más brutal: la carne. Dije No. Claro, tendré que pensar muy seriamente en comprar un colchón para remediar el dolor de espalda, primero. Tendré que elaborar mi sin-deseo. Supongo que pasaré más noches insomnes mirando el techo de ladrillos rojos mientras mis lágrimas reclaman otra vez a alguien que aún no tiene rostro.

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