miércoles, 29 de octubre de 2008

Otro Ulises les canta a sus sirenas
"Aquí no llueve ni hace frío", me repito mientras un fluido cristalino resbala de mi nariz. "Es sólo tristeza". Mis ojos lagrimean cada vez que doy vuelta a la página. He estado leyendo sin parar. Me he preguntado si ya has mirado el texto que subí hace un par de días al blog. Desearía leerlo contigo en voz alta. El texto pertenece a una novela que ya casi termino.
La nostalgia había comenzado a helarlo. No quería irse. Se sentía demasiado unido a esa mujer, a su grandeza y a su intensidad y a su tremendo egoísmo. Sobre todo a su egoísmo. Pegó el oído al pecho de Julia y dentro de él escuchó el murmullo del viento, que iba llevándose todas las hojas, las muertas y las que aún no acababan de desprenderse de las ramas: verdes, brillantes. Debía hacerlo. Sí, debía marcharse. No volvería a verla. Había sufrido tanto que a veces el dolor no lo dejaba respirar. Era esa asfixia de la desesperación: el aire le quemaba al penetrar en sus pulmones. Pero ya no más. Ya no. Tenía que irse. Julia y Gregorio se quedarían juntos y solos. Se quedarían hasta el final. Arderían al pie de sus muros.
Me duele. No lo escribí. Lo busqué con la certeza de hallarte en sus líneas. Me dueles. Si me preguntas por qué tanta obsesión, no tengo respuesta. Cuando recibí tu correo estaba justo en su lectura. Me siento confundida, ya no distingo a los personajes de tu pasado, de los de tu presente. Y, lo peor, ni yo misma sé el lugar que ocupo en tu vida.
Leo lo que acabo de escribir, ¿a qué te suena? Melancolía. Y esta sensación de no tener historia. De vacío.
Caminar por calles
de niebla nocturna
con tu nombre en los labios
y la ilusión sin nombre
del que sin saberlo
ha entrado en combate.
¿En qué momento te perdí?

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