miércoles, 29 de octubre de 2008

XX
En las horas inaugurales del insomnio, me
despojo del disfraz, del gesto suavizado del
hartazgo, de la carne húmeda de tanto amor
mundano. Bajo el cielo de la casa --habitada
por las sombras del más zurdo desconsuelo--,
todos los silencios me resuenan en el cuerpo
y en la cara: el olor del polvo y la hojarasca
en la mandíbula, la tardanza de la muerte en
los ovarios, tu recuerdo... tu recuerdo se me
astilla en cada vértebra, se evapora en mis pul-
mones y es la huella que me roza el fémur y la
aorta. Todos los silencios me aniquilan. En las
horas inaugurales del insomnio, cubro de ato-
nías mis ojos para no gritar las lunas que me
aquejan, para no beber del cáliz de la huida ni
añorar el barro de tus manos, pero esta soledad
felina gana siempre la batalla, es inútil la parti-
da: nombrarte es sucumbir ante el desvelo.

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