jueves, 30 de octubre de 2008

Trabajo en colectivo en el seminario. La lectura de un texto. Casi todos tardaron más de hora y media en leerlo. Yo, cuarenta y cinco minutos. Tiempo para salir y tomar un respiro, para ordenar las ideas, para estructurarlas. También para un cigarro. La idea en la cabeza: "El mundo colonizado es un mundo cortado en dos" Frantz Fanon, Los condenados de la tierra. El epígrafe. Luego: Pueblos testimonio. Pueblos nuevos. Pueblos transplantados. Pueblos emergentes. Chale, qué chida fue la intervención de Ordóñez. Tres grupos de cinco discutiendo en sano respeto. Él se quedó en mi mesa, sin duda, le atrajó la discusión de una joven ama de casa que hablaba de la defensa de un árbol de ahuehuete. De un Sabino. Árbol de Agua. Un árbol sagrado en plena urbe. Atzcapotzalco. En fin. Ordóñez habló de lo que cada vez me queda más claro, la importancia del conocimiento comuninario en las relaciones interpersonales. Las reacciones. Los espacios donde se reproduce lo social. El imaginario colectivo. La territorialidad. Y hasta concluyó que la falta de quorum se debía al día de muertos. Al rito social. En efecto, la gente que conforma este seminario pertenece a las demarcaciones con mayor número de pueblos originarios. En fin, seguiría con la historia, pero me llama el placer: Cantus Cölln en la Nezahualcóyotl.

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